27 de mayo de 2009


EL SUEÑO DEL PIBE
Hice la primaria en un colegio de curas salesianos que tenia un enorme patio con dos arcos de hierro, en ese patio se disputaban simultaneamente cuatro o cinco patidos de fútbol con pelotas Pulpo...a veces un arquero atajaba la pelota de otro encuentro y se armaban unas peleas entretenidas hasta que llegaba el cura y les pegaba con un enorme manojo de llaves en la cabeza a los cotendientes y se terminaba todo.
Pero habia un atorrate mÁs aUDAZ que los demás y que cursaba el secundario - ocultare su nombre por el bien de todos-. Pasada la misa diaria la iglesia quedaba vacia, salvo la presencia del cura Kenny, un viejito irlandes muy pero muy sordo...que se quedaba de guardia confesando a las feligresas que venian medio a escondidas a media mañana a rogar que les perdonaran sus pecadillos.Al cura este lo mandaban de confesor a media mañana porque o sino todos los pibes se confesaban con él, haciendo largas colas, ya que como era sordo todo valia.
El atorrante del colegio descubrió que el viejito irlandés a veces no iba al confesionario y pensó que él lo podía reemplazar para divertirse escuchando las confesiones de alguna minita interesante del barrio. Llegó un dia en el que el cura enfermó y este atorrante lo reeemplazó, pero con tan mala suerte que únicamente fueron unas cuatro o cinco viejas de barrio a confesar sus fechorias y malos deseos...Alli se enteró que una andaba atrás del padre Ladislao porque era un pedófilo con pinta de vicioso terrible y esto le provocaba una excitacion descomunal a la mujer aquella. Tras el primer dia de experiencia no quizo volver a hacerlo más ya que confesó, no podia aguantar la risa cuando imitaba la voz del viejo cura..A una le recomendó que tomara whisky irlandés y que hiciera el amor con el barrendero que la perturbaba tanto...Trascemdió lo del whisky y se desató un kilombo bárbaro y se pudrió todo...las autoridades del colegio nunca pudieron decir que hubo un cura trucho confesando por temor a la estampida de las viejas. Esto, que se sabia a medias, lo confesó el autor en un viaje de excursión tras mandarse un par de ginebras a escondidas lamentando siempre que no fueran minas jóvenes las que se confesaban a esa hora.

1 comentario:

Anónimo dijo...

“Balada de la oficina" integra el libro Cuentos de la oficina.



Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.

Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.

¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?

¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.

Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.

Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.

Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.

Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.

No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.

Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.

Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!